Gorri x: Gusmán, Nigro, Santoro



 
GORRIARENA
Daniel Santoro
En el final de la película Gorriarena nos cierra la puerta de su taller en la cara, nos deja la mirada literalmente colgada de un pincel, un pincel que cuelga de esa puerta, como un arma ofrecida al análisis forense. Es un pincel que el clavó con la pasión de un asesino serial en todas las formas en que la realidad se le enfrentó hasta el último día.
Desde el comienzo la película nos sumerge en el espacio de su taller, que resulta un escenario relativamente pequeño para la escala de esos cuadros que vemos apilados a los costados. Recuerdo imágenes de Gorriarena parado ahí como en medio de un ring side, dispuesto a dar pelea, pintura y pintor desafiándose a cuatro pasos de distancia; también lo recuerdo girando con dificultad algún bastidor para que veamos los resultados de anteriores combates. Siempre es un problema el girar esos grandes cuadros y exponerlos, con el riesgo de no conseguir una prudente distancia para la mirada, y entonces ser salpicados por esas visiones de crueldad descarnada o cegados por la iridiscencia que se cuela por las ventanas de esas teatralizaciones.
Al promediar la película vemos un plano secuencia a lo largo de un estrecho pasillo, es un depósito, y al final, detrás de una puerta de rejas y señalada con grandes números hay otros tantos cuadros apilados, Silvia va a su rescate, los darán vuelta en una amplia sala de exposiciones, y allí iremos a recibir sus benéficas radiaciones, estaremos todos, aficionados,  interlocutores, amigos entrañables como Raúl Santana, y muchos discípulos agradecidos. Gorriarena formó como todo gran maestro un conjunto de discípulos que resultaron ser los más destacados jóvenes pintores contemporáneos.
   Goriarena fue un pintor y un creador formal de una dimensión que todavía no ha sido ponderada. Creo que comparte con Antonio Berni un lugar único entre los creadores de un genuino imaginario vernáculo.

                                                                                         


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Gorri
 
Adolfo Nigro


Entre los años 1964 y 1966 un sector de jóvenes de izquierda leiamos "La Rosa Blindada", cuyo nombre refiere al poema de Raúl González Tuñón.

Entre el grupo de pintores, estaban Onofrio, Brullón, Aguirrezabala y Gorriarena. De quien siempre se leian textos polémicos sobre distintas cuestiones: el compromiso del artista, el arte político, sobre el Pop, Vietnam o sobre la revolución cubana.

Me fuí a vivir a Montevideo y regreso 10 años después, comienzo a frecuentar galerías, y en "Arte Nuevo" conozco a Gorri y a todos los artistas que habían participado en "La Rosa Blindada".

Recuerdo las primeras muestras que ví de Gorri: en "Balmaceda" en el año 1976 y en "Arte Nuevo" en 1977, galería que dirigía Alvaro Castagnino.

"Arte Nuevo", como "Arte Múltiple" de Gabriel Levinas y "Del Retiro" de Julia Lublin, se convirtieron, en esos años de dictadura, en lugares de encuentro, de discusiones políticas, pero también de fraternidad ante una realidad hostil. Allí siempre estaba Gorri, celebrando la amistad. Al terminar la inauguración, nos íbamos en banda a los boliches cercanos. ¿Cómo no añorarlos? Cómo olvidar "El Navegante" cerca del puerto! Creo que nunca estuvimos más juntos los artistas que entonces.

Largas charlas, de mesa en mesa, su sonrisa enorme y sus carcajadas que le hacían mover todo su cuerpo. Especialmente cuando se encontraba con Raúl Santana, su gran amigo, las cenas se hacían interminables.

Recuerdo, años después, nos veíamos seguido cuando íbamos a buscar a nuestros hijos a la salida de la escuela: el a Gerónimo y yo a Violeta. Esas esperas en la vereda, eran motivo para comentar exposiciones o un libro que estuviera leyendo. Una tarde me habló con tal entusiasmo de "Tierra y Libertad", la película de Ken Loach, sobre la guerra civil española, que esa misma noche fui a verla.

La única vez que estuvimos juntos en una charla, fué en la feria de Arteba del año 2005 donde teníamos que hablar de nuestros maestros, charla coordinada por Eduardo Villar. Siempre beligerante, Gorri criticó las políticas culturales "que trasciendan a los gobiernos de turno". Al final de la charla, el público presente quería que se hablara del mercado y los coleccionistas. Gorri criticó a los coleccionistas que se peleaban entre sí para ver quien compró una obra a menos precio de un mismo autor.

Como recuerdo, conservo una fotografía, donde estoy con Gorri en la presentación de su gran libro. Me abraza y sonríe con su sonrisa enorme, tierna y franca.

Y la presencia permanente de su obra: donde en el color, en el gesto y la materia se siente, como escribió Abraham Haber "la presencia de un drama humano".


Agosto 2010


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Un secreto a voces

Por Luis Gusmán (psicoanalista, escritor)

Se supone que la amistad necesita del tiempo. También que a cierta edad de la vida no se pueden hacer nuevos amigos. Mi amistad con Gorriarena contradice estos dos enunciados.
Nos conocimos en el año 2001, gracias a Raúl Santana. Me acerqué a él por su obra y me encontré con el hombre. Suele pasar.  De inmediato nos hicimos muy amigos. A partir de entonces frecuentamos el restaurante Vasco Fermín. Algunas veces cambiábamos por El General. De puros peronistas nomás.
Al trío, se agregó Jorge Jinkis. Las noches cargadas de anécdotas y de vino se prolongaban hasta la madrugada. En esas cenas, hablábamos de política, de pintura, de literatura y de mujeres. Era un partido de truco sin cartas. Se formaban parejas y con picardía buscábamos que alguno soltara la lengua.
Nuestro último encuentro fue en el Centro Vasco Francés. Gorri nos había regalado, tanto a Jorge como a mí, un retrato de Freud. Su generosidad no encontraba retribución. Quiero decir, la prodigalidad de no "administrar" su obra. Sus cuadros circulaban como sus palabras.
Aquella noche de diciembre del 2006 quedamos en volver a encontrarnos en La Paloma, para celebrar nuestros respectivos cumpleaños. Miento si digo que Gorri faltó a la cita. Es cierto, su cuerpo no estaba. Pero en el cielo, el mar, las casas, estaban los colores de su pintura. Su voz, me acompañó ese verano. Me había comprado un regalo y mi curiosidad no satisfecha fue una manera de tenerlo vivo. Yo le había comprado el libro de John Fante, Espera la primavera Bandini. La primavera no esperó. Cuando lo despedimos en la Chacarita, habló el Oso Smoje; el negro Santana murmuró una despedida y una promesa; Cristina Banegas leyó una carta que Gelman le envío a su amigo. Me preguntaron si quería hablar. No me salió una palabra.
En el lugar donde escribo tengo una carbonilla de Gorri. Un dibujo de su madre que lleva un traje y un sombrerito de época. Dice 1925, la fecha de su nacimiento. Una versión elíptica de La Piedad. Gorri tenía dos cualidades que admiro: una, su frontalidad para la discusión; la otra, carecía de culpa. Una definición de Valéry sobre Mallarmé me recuerda lo que alguna vez fue un maestro. "¿Pero sabe usted, siente esto: que hay en cada ciudad de Francia un joven secreto que se haría despedazar por sus versos y por usted mismo? Usted es su orgullo, su misterio, su vicio." En el caso de Gorri, esto es un secreto a voces. Su obra va a resistir al tiempo porque hay algo en ella que resiste. Y su estilo, se transmite en  el apócope "Gorri" con el que lo nombran los que pasaron por su taller. Gorri, una manera atenuada de  extenderse hasta el Gorriarena que queda demasiado grande, demasiado lejano. Pero Gorri no responde ni a la confianza, ni a la intimidad, sino a su manera de "mirar" el mundo.
Por estas, y otras cosas, ¡cómo no extrañarlo!

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